Se suele exaltar al arbitraje internacional –y con razón– por dos de sus más conocidos atributos: la autonomía de las partes y su flexibilidad. Pero estos mismos atributos lo tornan vulnerable ante posibles abusos: las partes pueden valerse de él como un instrumento clandestino para “lavar” y ejecutar legalmente acuerdos corruptos. En tan sólo 18 meses, la Corte de Apelación de París, una de las cortes más favorables al arbitraje en el mundo, anuló y se negó a ejecutar tres laudos internacionales de eminentes tribunales, en los tres casos por causa de corrupción y soborno de funcionarios públicos extranjeros en relación con acuerdos por cientos de millones de euros. Para ello, examinó en detalle toda la evidencia que pudiera echar luz sobre la cuestión de corrupción y soborno, dictaminando incluso la exhibición de documentos nuevos. Por el contrario, enfrentados con el mismo escenario, la Corte Suprema de Suiza y el Tribunal Superior de Inglaterra ejecutaron el laudo. ¿La corte francesa fue demasiado lejos? ¿O las cortes suizas e inglesas se quedaron cortas? Este ensayo analiza las sentencias de la Corte de Apelación de París y luego explora estas cuestiones.